sábado, 18 de febrero de 2012

Instantánea 16 - Cuba y las sorpresas.



Un embriagador aroma a flores desconocidas, una brisa tibia y  espesa como el aliento del amor, una luna llena que amenazaba con salirse de los márgenes de la noche, una música de procedencia ilocalizable, una lejana voz embrujadora entonando que la múcura estaba en el suelo y que “mamá no puedo con ella”,  la sensación de que el “son sabrosón” se iba apoderando de nosotros aún antes de haber sido formalmente presentados y risas, risas, risas, como si la isla entera hiciera alarde de su felicidad…

Todo eso nos recibía mientras, con una mano en la de mi madre y la otra en la de mi tía, bajábamos por la escalerilla que  conducía al muelle. Y allí al fondo, una  figura de mujer, pequeña y frágil como una muñeca de porcelana, enfundada en un vaporoso vestido blanco y llevando en la cabeza una anacrónica pamela blanca. La forma en que su albura resaltaba sobre la mugre del muelle y la oscuridad de la noche convertía su imagen en algo onírico, como si de un fantasma se tratara. “Esa es tu abuela Jenny” exclamaron las mellizas casi al unísono, “corre y abrázala”.

Mi abuela Jenny

Así que, sin saber casi nada de esa mujer pero obedeciendo a las instrucciones de ganarme su corazón que había recibido durante el viaje, me dirigí hacia ella con los brazos extendidos y la más cautivadora de las sonrisas infantiles en mi rostro. ¿Imagináis lo que es chocar contra una pared de hielo? Pues eso es lo que sucedió cuando, al acercarme a ella, las palabras que salieron de su boca fueron, “quieta, niña, que me vas a manchar”. Y allí quedé, mis brazos extendidos en un vacío que jamás se vería llenado por su afecto. Tras un par de tibios abrazos a sus hijas y saludos a su yerno se hizo un silencio de esos que hacen decir “ha pasado un ángel”, solo que, por su duración e intensidad a mí me pareció que estaba pasando toda la corte celestial.

Mi abuela y sus hijas hacía 18 años que no se veían, 18 años desde que las mellizas y Arsenio tuvieran que huir de Cuba, anatemizado el amor de los dos tórtolos por Amanda, en esos momentos la esposa de mi padre, que se negaba a concederle el divorcio, y por el egoísmo de una madre que no aceptaba perder la fuente de ingresos que eran las jovencísimas y exitosas "Pfarry Sisters". 18 años desde que mi abuela pusiera contra mi padre la famosa y absurda denuncia de rapto en la comisaria. 18 años sin comunicación entre ellos y ahora, que acudíamos al reencuentro respondiendo a su invitación, parecía que la lluvia de rencores maternos no  había amainado. (Instantáneas 5 y 6). “Jenny, te hemos traído lo que nos encargaste. Y hay que pasar por aduana para recogerlo”, dijo mi padre rompiendo el angustioso silencio.
Una vez allí se hicieron los trámites para que una enorme caja de madera, de alrededor de dos metros por uno y medio, que sin duda viajaba con nosotros pero de la cual yo no había tenido noticias hasta ese momento, fuese entregada. Por supuesto aquel enorme cajón despertó mi curiosidad pero como presentía que no estaba la cosa para hacer preguntas, el misterio se mantuvo intacto  durante algún tiempo.

Cadillac del 48
En realidad demasiadas cosas  impactantes habían surgido en mi vida  como para que me ocupara de pequeñeces, aunque estas fueran de dos metros por uno y medio. Finalizado el papeleo nos dirigimos todos a casa de la abuela en un flamante Cadillac burdeos del 48.
Y fue entonces cuando las sorpresas realmente comenzaron. Resultó que las mellizas tenían un padrastro. La mujer se había casado en segundas nupcias con un señor mulato, José Orozco, que la introdujo,  con absoluto entusiasmo por parte de la alemana, en el mundo del espiritismo y la santería. 
Y ese  fue el origen de mi  primer encontronazo con esa extraña mujer al poco de estar hospedados en su lujoso chalet del residencial reparto de Miramar.
Un día, estando las dos solas en la casa, mi abuela me dijo que quería presentarme a una niña amiguita suya.   (Mi familia había salido al centro  tratando de ubicarse en una ciudad de La Habana que le era extraña tras tantos años de ausencia). Así que, de entrada, aquello fue una agradable sorpresa. Sobre todo por que   pocas  veces  mi abuela se había dirigido a mí desde nuestra llegada. Por supuesto, le dije que me encantaría conocerla. Y entonces, oh Señor, entonces se inició la hecatombe.

Altar de santeria.
Tras llevarme al tercer piso me introdujo en una habitación de pesadilla, con las paredes pintadas de negro, la ventana tapiada, llena de vasos con agua, frutas y viandas cuyo nauseabundo olor hablaba de tiempo y descomposición, un cuarto de cuyas paredes colgaban aterradoras réplicas de torsos humanos, ojos, figuras de niños, objetos que solo tiempo después supe eran exvotos.

Exvotos.

Todo esto alumbrado tan solo por unas velas cuya luz oscilante hacía bailar las figurillas y daba al recinto un ambiente aún más terrorífico. Allí, supuestamente, se encontraba aquella niña que yo nunca vi, a pesar de los insistentes “¿no la ves?”que salían de la boca de mi abuela. “Está ahí, ¿no la ves?”, me repetía señalando al recodo más oscuro de aquella habitación de espanto. Supongo que mi cabeza no pararía de hacer gestos de negación pues, de pronto, exclamó furiosa que no me dejaría salir de allí hasta que reconociera verla. Dio media vuelta y, dicho y hecho. El ruido de la llave en la cerradura fue para mis infantiles oídos como escuchar caer sobre mí la tapa de mi ataúd y el sonido de sus pasos alejándose como una sentencia de muerte.  Creí que nunca saldría viva de allí.
Cuando aquella noche mi familia regresó yo aún estaba en mi prisión, tan consumida como las velas que me habían hecho compañía durante horas, con la pechera de mi vestidito empapada de lágrimas pero decidida a no doblegarme. “Sabes, abuela, no la he visto y no la he visto”. Estas fueron las últimas palabras que, tras abrirme la puerta de mi celda, le dirigí en mucho tiempo. Ahora, en estos momentos de mi vida,  lo siento por aquel fantasma al que negué mucho más de tres veces, si es que el pobre existía y merodeaba por allí, pero sin duda la alemana erró en la forma de pretender iniciar nuestra amistad. A la “cañona”, como dicen en Cuba. Confieso que mi aceptación del mundo paranormal se ha enriquecido  con el conocimiento de hechos tan extraños como estos que ocurrían en el mundo precisamente en aquel 1950.

Supuesto cadaver de un ET.
Un dudoso documento del FBI afirmaba que tres platillos volantes, ocupantes humanoides incluidos, habían sido hallados  en un desierto de Nuevo Méjico tras impactar contra las arenas.  Esto se conoce como “el caso Roswell” y sobre él se ha especulado hasta la saciedad.
También en ese año un avión Globemaster y el carguero El Sancha, en ruta hacia Venezuela, desaparecían  de forma misteriosa en el famoso Triángulo de las Bermudas. Según estudios realizados en 1975, entre ese año y 1945, 37 aviones, más de 50 barcos e incluso un submarino atómico se evaporaron en esas aguas.

En 1950 salió publicado en los periódicos de España que en La Codosera, Badajoz, la virgen se estuvo apareciendo durante varios días a dos niñas, hecho confirmado por cientos de peregrinos pero nunca aceptado por la iglesia. El artículo estaba firmado por Antonio Corredor (O.F.M.).
Y esta otra historia fascinante: en Junio de ese año 50, una persona que vagaba  desconcertada y aturdida  por las calles de New York moría atropellada. En sus bolsillos se encontraron billetes y monedas fuera de circulación  así como una carta en la cual figuraba un nombre, Rudorf Fenz, y esta fecha; 1876. Un agente de la oficina de desaparecidos de la ciudad encontró en el listín telefónico a un tal Rudolf Fenz Al ponerse en contacto con ese número le informaron que una tarde de 1876 el bisabuelo Fenz había salido a dar su cotidiano paseo  sin que nunca se volviera a saber de él. Aunque parezca increible se pudo comprobar que en el archivo de personas desaparecidas de ese año figuraba, en efecto, el nombre de Rudolf Fenz. Se supone que este individuo dio un salto al futuro de 74 años, solo para acabar bajo las ruedas de un coche neoyorkino.
¿Verdadero o falso? Si esta pregunta tuviese respuesta la vida perdería el sublime encanto de lo misterioso. Pero volvamos a la angustiosa situación de los Mariño- Pfarr.
Al día siguiente del choque con mi abuela mi familia me llevó  en busca de otro lugar donde vivir. Y al siguiente y al siguiente pues ya nunca más me dejaron sola con quién yo llamé,  a partir de aquel encierro, La Bruja Mala.   



Pocos días después encontramos un pequeño apartamento en 5 y 12, Ampliación de Almendares, Marianao. (Con posterioridad la numeración se cambiaría por la de calle 70 y avenida 13). Una zona tranquila, a unas pocas manzanas de la fastuosa Quinta  Avenida y del mar, de cuyos efluvios mañaneros podíamos disfrutar y sus inevitables humedades nocturnas padecer. Relativamente cerca de aquella playa de La Concha y de su parque de atracciones que iban a ser la delicia suprema de mi infancia, a unos metros del cine Metropolitan, cuya sola mención evoca en mí cientos de recuerdos, y de la Academia Cima, escuela bilingüe, en la que cursaría mis estudios. Y allí vivimos durante 19 años las queridas mellizas, mi amado padre y yo.
Pero os advierto que las sorpresas que Frau Jenny Yeck de Orozco, alemana, santera y espiritista nos tenía preparadas no habían hecho más que empezar.

Próximo capítulo: El Shanghai. Un teatro muy especial. Primera parte.







1 comentario:

  1. Estimada Yolanda, una excelente pagia mas de la Cuba del pueblo, la del cubano de a pie, queda plasma en tu blog para delite y recordatorio de aquella otra Cuba, que llego a ser la Tercera nacion de la s America y la vigesima tercera en el mundo de la decada 1950-1959.

    La riqueza cultural y la diversidad de la misma quedan al descubierto en este tu blog lleno de historias de la Farandula Cubana.

    Un calido abrazoy mis felicitaciones una vez mas.
    Pedro

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