sábado, 11 de febrero de 2012

Instantánea 15 - La Habana. El Collar de Perlas



“Si miro por la derecha, solo mar…Si corro y miro por la izquierda, solo mar… Cuando miro hacia atrás es peor, pues no veo ni rastro de mi España y si miro hacia delante es aún más terrible, porque entonces no veo nada. O mejor dicho, veo la nada. Y me entran unas ganas tremendas de llorar y una angustia que nunca antes he sentido.  Este viaje va a ser como eso de morirse, que te vas y no vuelves nunca, y ya no habrá más Alonso Cano, ni giras en tren, ni paseos por El Retiro, ni trajes de Gilda, ni amigos faranduleros, ni escenarios, ni nada…O sea, como estar muerta. Y me entran unas ganas tremendas de llorar. Pero debo contenerme, que bastante lloran ya las mellizas y alguien tiene que mantenerse fuerte. ¿Papi? Con él ni contar pues no hace más que sentarse en la cubierta, cuando el tiempo lo permite, y mirar al cielo   con una expresión tan triste  que vuelven a entrarme unas ganas tremendas de llorar. Y luego está este caprichoso océano bajo un cielo de estrellas inimaginables, de implacable sol, de nubes que se transforman a veces en ogros, en gigantes deseando devorarnos mientras él nos vapulea a su albedrío. Todo eso no nos ayuda en absoluto a recuperar la serenidad.  Sí, me temo que esto va a ser como morirse pero con una agonía de muchos, muchos días.” Así estaba el ánimo de aquella niña de casi nueve años. Así estaba mi ánimo.

Un mes de diciembre de 1949 la familia Mariño-Pfarr puso  pies y  esperanzas en el Vapor Correo Habana, con rumbo a aquella isla paradisíaca en la cual, según ellos aseguraban, encontraríamos la fortuna y el amor de la abuela Jenny, lejos de dictaduras y miseria, de ruinas materiales y morales, pero por desgracia lejos también de mis raíces.  A la friolera de 3000 millas de todo lo que había sido mi vida.

Jardiel Poncela            Camilo J. Cela            Gerardo Diego
La noche anterior a nuestra partida los compañeros de las "Pfarry Sisters" nos habían dado una inmensa sorpresa.

Madrid tenía en aquellos tiempos varios cafés emblemáticos, centros de reunión para los diferentes gremios artísticos y cuyas tertulias han pasado a la historia. Estaban, por mencionar algunos, “El Gato Negro”, en la Calle del Príncipe, que solía frecuentar don Jacinto Benavente, siempre rodeado de una corte de admiradores, el “Gijón”, aún funcionando  en el Paseo de la Castellana, lugar  escogido por intelectuales como Camilo José Cela y Enrique Jardiel Poncela   y en el cual Gerardo Diego presidía una reunión de jóvenes poetas, o el Dorín que, hasta hace escasos años,  siguió dando “asilo” a los actores de Madrid, sobre todo a aquellos que estaban en paro. (Más de un contrato se gestionó en sus mesas).

María Félix          Jorge Negrete        Ava Gardner
Dedicado a distintos fines había otro local, el archiconocido Bar Chicote, visita obligatoria para los famosos que en 1948 comenzaban a visitar nuestra patria;   por citar algunos, el charro más hermoso de Méjico, Jorge Negrete u otro bello producto mejicano, la hierática María Félix, “La  Doña”.   Ava Gardner, tan enamorada de los ¿toros? y hasta el doctor Fleming, al cual el pueblo de Madrid homenajeó en ese año por su descubrimiento de la penicilina. En fin, grandes personajes  se  reunían allí por motivos  más mundanos. Por ejemplo, beber esos exóticos cócteles que habían hecho famoso al local o, por qué no decirlo, gustar del selecto surtido de joven carne femenina que por allí acampaba con fines no demasiado “honestos”. Y luego estaba el café “Las Cancelas”, en Carrera de San Jerónimo. En él cada noche, tras las funciones teatrales, se reunía el auténtico mundo de la farándula.

Pues bien,  la querida Luisita Esteso nos había instado a acudir allí esa noche, según ella   “a modo de íntima despedida”. Pero al llegar al café, nos sorprendió comprobar que el lugar estaba repleto de compañeros  como Estrellita Castro, el gran cómico Ramper, La Yanky, la vedette Trudi  Bora, por cierto también de origen alemán, Raquel Meyer, Pastora Imperio…  

     L. Flores-M. Caracol         C. Morell-P. Blanco
A la hora de cerrar, aquello estaba atestado de artistas de todos los gremios. Por ejemplo una jovencísima Lola Flores acompañada de su pareja, tanto en la vida como en los escenarios, Manolo Caracol,  Carmen Morell y Pepe Blanco,  en fin, que si en esos momentos hubiese caído una bomba sobre “Las Cancelas”, Madrid hubiese quedado huérfano de lo mejor del folclore y las variedades.


Pero lo que más me llamó la atención fue la presencia de una elegante mujer que nunca había visto por esos lares. Me la describieron como  una famosa actriz que,  en el año 45, había tenido el coraje de provocar un sonadísimo escándalo: interpretar el Don Juan Tenorio en el teatro Rialto, pero haciendo el  papel de Don Juan y no el de la Inés. Algo que en aquellos días fue considerado un desafuero y la causa de acérrimas controversias.  El primer caso de travestismo serio en los escenarios españoles.

Ana Mariscal

Me refiero a una Ana Mariscal que, según dijo, pasaba en esos momentos por delante de "Las Cancelas" en compañía del director de la película en la cual trabajaba,  Un hombre va por el camino, y al ver lo animado del local habían decidido entrar.  No sé cómo pero la pareja acabó sentada a nuestra mesa y compartiendo con nosotros el amargo trago  de las despedidas.  Al presentarnos  Ana  a su director como "el señor Mur-Oti", se inició una escena digna de ser inmortalizada en el celuloide. “¿Manuel, Manuel Mur-Oti?”, exclamó mi padre con tono de asombro “¿Arsenio, Arsenio Mariño?” replicó emocionado el director.

Y a partir de ese momento se armó un largo galimatías de abrazos y diálogos montados.

La razón era que, en los años 30 y allá en Cuba, Mur-Oti había sido amigo íntimo de la familia Mariño, llegando incluso a pretender en serio a  Olimpia, una de las hermanas. Mi tía  había rechazado al joven poeta previéndole  un miserable futuro. Pero como los años resultan el mejor cicatrizante para las pequeñas heridas,  aquel reencuentro de Arsenio y Manuel entusiasmó a ambos. “Pequeña, como te pareces a tu tía Olimpia”, me dijo Mur-Oti, estrujando mi carita con sus manazas. ¡Cómo iba a imaginar yo que, muchos años más tarde, a principio de los 70 y estando de nuevo en España, esas palabras y esos gestos se repetirían con decepcionantes consecuencias para mí! Pero ese suceso ya será narrado en su momento. En fin que, según me contaron, aquella noche, antecesora de nuestra partida, fue larga y conmovedora, y digo que me contaron pues la segunda mitad de la misma la pasé, como siempre al llegar la hora de las brujas, durmiendo en dos o tres sillas que a modo de cama mi familia solía habilitarme en un rincón.

Pfarrys Sisters

Aunque ese año había sido mundialmente movidito, en el ámbito de las variedades el movimiento era casi nulo. En realidad aquel era un género tan muerto que la pestilencia   provocada por su descomposición estaba causando una desbandada general. Solo los cantantes, cantaores y bailarines de flamenco  lograban sobrevivir. Muchos de ellos habían conseguido hacerse hueco en la floreciente industria del cine nacional y lo flamenco empezaba a ser una atracción para el incipiente turismo.  Los entrañables “fines de fiesta” tras la proyección de películas, aquellos espectáculos de variedades donde, tan solo con el humilde arropo de gastados telones, tenían cabida magos, cómicos, cupletistas, cantaores y bailarines habían desaparecido. 


      J.L. Borges               Grahan Greene            Arthur Miller

Pero tres obras maestras de la literatura se habían publicado en ese año: La muerte de un viajante, de Arthur Miller, El tercer hombre, de Graham Greene y El Aleph de Jorge Luis Borges.
Ahora volvamos al principio de esta narración:  nuestro voluntario destierro a bordo del Vapor Habana.
Habíamos salido del puerto de Barcelona con un total de 40  pasajeros, y en la parada de Cádiz la cifra subió a 78, una gran parte de los cuales desembarcaría durante nuestra escala en Nueva York. 

Poco a poco aquella “Nausea”, que sentíamos mucho más nuestra que de Curzio Malaparte,  comenzaba a desaparecer. Ya incluso podíamos bajar a comer al restaurante  y el capitán, Don Jesús Marroquín, nos concedió el honor de invitarnos a su mesa.
En el barco, con Gibraltar de fondo.

En ella, junto a nosotros, se sentaban tres caballeros encantadores y a cuya petición,  tras la cena,  yo solía desgranaba mi repertorio de canciones, La vaca lechera, La casita de papel , el Ven y Ven y un Amado mío que seguía siendo mi gran éxito y que solo reservaba para ocasiones especiales. A falta del vestuario, que había quedado abandonado en España junto con gran parte de mi niñez, mi madre me improvisó, con un mantel, un traje “strapless” o “palabra de honor”. Yo hacía mi interpretación mimando la acción de los guantes y moviendo entusiasmada mis enjutos bracitos, mis inexistentes caderas y luciendo esa mellada sonrisa que tanta gracia hacía a mi público. Grandes aplausos coseché en esas ocasiones, caramelos y bravos y un regalo muy especial que me hizo  uno de aquellos caballeros,  el cual era, según supe muchos años más tarde, el gran poeta Leopoldo Panero.

Mi padre sostenía largas charlas  con el bardo, alimentadas por coincidencias políticas y por el hecho de que ambos fuesen admiradores del prócer y poeta cubano José Martí, a quién el vate español había dedicado varios de sus poemas.  Arsenio y Panero habían sido hechos prisioneros por el franquismo al finalizar la guerra civil y tenían mil experiencias que contrastar. Los otros dos comensales  eran Luis Rosales y Antonio de  Zubiaurre, también pertenecientes de la generación del 36*. ¡Hermosa casualidad aquella! Mi padre conservó durante años el manuscrito de este poema que me dedicó Leopoldo Panero, papel que desgraciadamente, acabaría deteriorándose pero cuyo contenido Arsenio tuvo la precaución de copiar y guardar. Es este:                                    

                     Yolanda, Gloria, Rocío, nombre de poema tienes.
                      nombre de barco en el mar y de sol sobre la nieve,
                      nombre que canta bailando su niñez azul y verde,
                      pie con ola y con espuma que hacia La Habana se pierde…
                     Volverás, Yolanda, un día, soñando que estás alegre
                     porque lo que el mar se lleva siempre el agua lo devuelve.
                     Siempre lo devuelve el agua…

                     Siempre…

Texto premonitorio, sin duda, como comprobareis más adelante.

Los días transcurrían y el sabor salado de las lágrimas se fue convirtiendo tan solo  en el regusto del salitre. Recuerdo que en una ocasión mi padre me despertó en medio de la noche con estas palabras; “vamos, Yolincita, que tienes que ver esta belleza”. Medio dormida y en sus brazos me sacó a la gélida cubierta y allí, frente a nosotros, se erguía la Estatua de la Libertad. Estábamos entrando en el puerto de Nueva York. No puedo decir que aquella visión significara mucho para mí en esos momentos. Entre mi somnolencia y mi desconocimiento de lo que aquello representaba volví a dormirme sin siquiera sospechar el manantial de alegrías y esperanzas que, para cientos de emigrantes, había significado esa imagen a lo largo de los años.

Jornadas más tarde, también de noche pero con una temperatura muy distinta, lo que quedaba del pasaje se arremolinaba ansioso en la cubierta del Vapor Habana. Desde hacía días había observado que la estela del barco venía arrastrando cosas hermosas, brillantes y multicolores, saltarines globos llenos de esperanza...  Todo eso en lugar de los dolientes jirones de vidas que nos habían perseguido a nuestra salida del puerto  barcelonés, aquellos  fragmentos de recuerdos que se adherían a nuestra popa negándose  a quedar para siempre perdidos en el mar del olvido.  Ese 22 de diciembre, día en que yo cumplía 9 años, mi padre, sujetando mi mano con un amor que yo sentía matizado de ansiedad, señalando un semicírculo de luces que se iba concretando delante de nosotros me dijo, “¿ves ese collar de perlas? Pues es tu primer regalo en nuestra nueva patria. Son las luces de la bahía de La Habana. Hemos llegado a Cuba”.
La Bahía de La Habana. El Collar de Perlas.

La generación del 36 es un movimiento literario que se dio a conocer en la España de la posguerra. Grandes poetas, narradores y prosistas pertenecen a este grupo. Por ejemplo Camilo José Cela, Miguel Delibes, Antonio Buero Vallejo…Entre los poetas están Miguel Hernández, Federico García Lorca, Luis Felipe y nuestros compañeros de travesía  Leopoldo Panero y Luis Rosales. En aquel diciembre  de 1949 estos últimos, acompañados por Antonio Zubiaurre, periodista y rapsoda, participaban en la Misión Poética que el gobierno franquista enviaba a los países iberoamericanos y viajaban, al igual que la familia Mariño Pfarr, en el Vapor Correo Habana.
Luis Rosales había sido gran amigo de García Lorca y fue estando refugiado en casa de los Rosales que lo apresaron. Lorca fue fusilado sin que la amistad de esa familia, compuesta en parte por destacados miembros de la falange, pudiera salvarle.
Leopoldo Panero fue detenido al final de la guerra y acusado de ser republicano y de pertenecer al Socorro Rojo, un servicio social organizado por la Internacional Comunista que consistía en proveer de alimentos y medicinas a los niños de la zona republicana.


Próximo capítulo: Cuba y las sorpresas. 
                                        

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